viernes, 9 de noviembre de 2012

El Hombre Neandertal

Hace justo 150 años que se descubrieron los primeros fósiles de humanos que acabarían siendo reconocidos como no pertenecientes a nuestra especie. En efecto, en agosto de 1856 unos canteranos procedieron a la voladura de rocas calizas en la cueva Feldhofer, muy cerca de Dusseldorf (Alemania), cuando observaron que entre los restos estaba la parte superior de un cráneo (la calota o calvaria), así como restos de otras partes del esqueleto postcraneal. Los recogieron y se los enseñaron a uno de los propietarios de la cantera, Wilhelm Beckershoff; quien, pensando que podría tratarse de huesos fosilizados de algún oso prehistórico se los regaló a un profesor local de ciencias naturales: Johann Karl Fuhlrott. Éste enseguida se dio cuenta de que eran humanos. Fuhlrott decidió enseñar estos restos a un reputado especialista: Hermann Schaaffhausen (profesor de anatomía de la Universidad de Bonn). Schaaffhausen afirmó que debían pertenecer a una de las razas humanas más antiguas. Quizás pudo ser un bárbaro que vivió en el norte de Alemania unos cuantos miles de años atrás, antes de la llegada de las tribus celtas y germanas.

Sin embargo, hoy sabemos que, de hecho, en 1829 se habían descubierto varios restos humanos en la localidad belga de Engis. Entre ellos había uno, Engis 2, que pertenecía a un humano del mismo tipo del hallado en la cueva Feldhofer. En 1848, en la cantera de Forbes, en Gibraltar, se encontraron más fósiles con esta morfología tan peculiar; se trataba de un cráneo de mujer.

La idea de que la humanidad había sido creada hacía poco más de 6000 años estaba fuertemente arraigada en la mentalidad de la época, incluida la comunidad científica. En 1858, dos años después del descubrimiento de los restos humanos de Feldhofer, se calculó que debía tener una antiguedad de unos 30.000 años. Por lo que cabía suponer que la humanidad era más antigua de lo que se había previsto.

Sin embargo, el gran cambio conceptual se produjo al año siguiente, cuando Charles Darwin publicó su célebre obra: El Origen de las Especies a través de la Selección Natural. Uno de los grandes méritos de su libro consistió en abrir el camino que popularizaría y enraizaría (tanto en la comunidad científica como en la sociedad) la idea de que las especies actualmente vivientes existían gracias a que habían evolucionado a partir de especies anteriores extintas; y a éstas, a su vez, les habría sucedido el mismo esquema. Así hasta llegar a un primer ser viviente que sería el antepasado biológico común de todos los vivientes posteriores incluidos nosotros.

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